miércoles, 1 de julio de 2009

Una bicicleta sin frenos

Cuando era pequeño veía mi calle. Era el mundo. No me aventuraba a salir más allá de lo que era la vecindad por miedo a perderme y a los justos castigos de mi madre por desobedecer. Mi familia, pensaba, era la mejor del mundo y todo lo que me rodeaba era maravilloso; no se podía pedir más. Separarme a los cuatro años de mis padres y de mi calle, supuso para mí un trauma en el primer día de escuela. Todos éramos unos desconocidos y yo pataleaba suplicando volver con mi mamá...en fín, ¿como deciros la alegría que me daba mi madre a la salida de parvulitos?. En mi calle yo era el rey de los niños traviesos y en parvulitos, un niño retraido y miedoso.

Muy pronto fui a casa de mi abuela. Mi calle y el camino hasta su casa era el mundo que se abría a mis ojos. Mis fronteras comenzaban a perfilarse poco a poco y mis compañeros de escuela ya no eran desconocidos sino gente amiga por descubrir lo maravilloso que es la amistad. Recuerdo a mi amigo Juanin que tenía una quebracía igual que la mía y un braguero de goma insufrible...Recuerdo a mi amigo Raimundo que de vez en cuando nos castigaban para ir los sábados a la escuela...tanta gente nueva de la que guardo hermosos recuerdos...tantas historias inolvidables... Cada pueblo tiene su aroma sentimental que lo hace diferente de cada lugar y familias con también las más variadas costumbres. De niño era una esponja de los sentidos y de mayor, el recuerdo de todo aquello que me perduró. Mi vida interior era el descubrimiento de lo inexplicable y de esta manera descubrí a tan temprana edad el amor más intenso hacia una compañera de clase: La niña más bonita de mi pueblo...

Más tarde pude salir a las afueras del pueblo y ver los caminos hasta donde alcanzaba mi vista. Era el mundo. Pero más allá del horizonte, los caminos seguirían y empezaría de nuevo el mundo misterioso. No he dejado de recorrerlo con mi taxi y más allá con la imaginación. Habrá una madrugada de invierno en que el coche que sale del pueblo pare en una tasca que pongan una música desconocida y hombres extraños que pidan una manzanilla con anís de Rute y, la tabernera que les sirve, una mujer que como mi madre, tendrá hijos que todavía duermen. En algún lugar terminará la tierra y empezará el mar desconocido con una sola orilla. Ese es el mundo imaginario que más tarde he ido conociendo aunque siempre habrá mundo desconocido más y más allá del horizonte y delante de nuestra nariz que no hemos descubierto. Hasta que después de recorrerlo todo, ya de mayores, volvamos a ser niños: Inolvidable infancia. Un mundo interior por descubrir de nuevo.

Dos pueblos que se unen en el recuerdo: Paleciana y Rute...Que cosas mas extrañas tiene la vida...

Por Pepe y yo.

GRACIAS PEPE.

Me vas a permitir que se lo dedique a mi amigo Andrés Garrido...

1 comentario:

Andrés Porras Soriano dijo...

Hola, Domin. A mi también me ha dado tu blog el primo. Tienes cosas muy buenas aquí dentro.

Esta entrada está guay, porque me sé las calles a las que te refieres. A la churri no, pero de algunos de tus colegas sí que me acuerdo.

Un abrazo, rey de los traviesos.
Andrés.