jueves, 5 de noviembre de 2009

Gajes del oficio

...!!!Dejadme en paz!!!
y que la noche alivie mis sentidos.
-GORAN SOCOWICH-
Noche fría en Madrid. Calefacción al máximo y tripas rugiendo.
Dos hombres me levantan al unísono la mano. Detengo el coche y compruebo que son dos extranjeros hablándome en una mezcolanza de alemán, inglés y algo de español. No los entiendo. Suben al taxi y en un nuevo conflicto de idiomas parecido a la torre de Babel, me piden que los lleve a su hotel.
Apenas comenzada la carrera, se encienden en mi cabeza las luces de alarma .Aguanto lo indecible pero quedo resignado e impotente, al dejar escapar irremisiblemente un pedo.
Sale como los gases silenciosos de un volcán y con una temperatura, que deja en ridículo a la calefacción del coche. Me temo lo peor. La flama sube con la velocidad del aire caliente y cuando la olfateo me digo:¿Pero esto puede ser mío? . Mi cara enrojece como el semáforo donde estoy parado. Bajo un poco las ventanillas y el aire exterior se encarga de expandir aquel olor por todo el habitáculo.
Los dos extranjeros se miran en un principio con ojos interrogantes y pasado un instante, con ojos afirmativos. Las expresiones de sus rostros gesticulan, hablan entre ellos y este conductor agradece no entenderlos. Son momentos delicados. Uno piensa en todo, desde abandonar el coche y salir corriendo avergonzado, hasta retroceder en el tiempo para cambiar el futuro. Mis labios nerviosos intentan despegarse de la boca y decir: ¨Sorry...I´m sorry¨, pero permanezco en un silencio angustioso… tanto, que me distrae de la conducción.
Cuando los ánimos parecen que se han calmado, me viene otro apretón de tripa. Los gases llaman imperativamente a las puertas de la libertad y no sé que postura adoptar. Mi trasero empuja contra el asiento, el puño de mi mano libre se cierra fuertemente como si de esa manera pudiera controlar la evolución de la naturaleza. Le pido a Dios con vehemencia, una segunda oportunidad para que mi dignidad no vuelva a caer por los suelos y mi pensamiento, se acelera hasta quedar bloqueado.
Miro la fotografía de mi mujer, la de mis hijos, la de San Cristóbal...todas sus miradas cambian el significado de su expresión y yo les digo… que no puedo más.
En una especie de alucinación aparece la imagen de mi suegra. Me mira con ojos maternales llevando entre sus manos un enorme plato de judías estofadas: Las culpables de mi desgracia. Esos ojos cargados de ternura, esconden el odio de quién se venga a conciencia por viejas rencillas. No,… si ya lo sabía yo.
En mis años de taxista, siempre me había manejado bien en estas situaciones pero la verdad es que este suplicio no lo aguanta ni un hereje mientras lo torturan .Mi cuerpo empieza a arder, el sudor se hace abundante y un pensamiento cercano al delirio me dice: ¨ Ya de perdidos, al río ¨.
Estudio cuidadosamente y con mucho tacto la forma de quedar por fín aliviado. Mi estrategia es soltarlo poco a poco, a pequeñas ráfagas y cuando pongo en acción mi plan, todo el metano sale más aprisa que el aire comprimido.
Desconcierto total .Éste, a diferencia del primero, lleva música incorporada.
Una paz celestial entra por mi cuerpo y mi mente estresados. Mi cara expresa por un momento la candidez de un recién nacido y la tensión de mi cuerpo desaparece. Creo que si mi vida transcurriera con este bienestar, sería el hombre más feliz del mundo. Mientras tanto, uno de los extranjeros ya ha sacado su cabeza por la ventanilla y el otro me pide bajar las delanteras.
Un aire polar entra por el habitáculo desalojando mi desgracia y purificando el ambiente. El sudor de mi cuerpo se convierte en un carámbano. Me hace temer el peor de los resfriados.
Al final de la calle termina mi odisea. Acelero un poco más y cuando detengo el taxi a las puertas del hotel, no me atrevo a volver la mirada para mis ocupantes. Creo haber recibido un castigo. Los niños, cuando han sido regañados merecidamente y se han desahogado en su lloriqueo, se sienten en paz con el mundo. Así estoy yo. En estos momentos soy un hombre humilde, cargado de bondad y deseándole a los dos extranjeros la mejor de las dichas. Decido no cobrarles el servicio adivinando la comprensión en los ojos de los dos. Aún así, deciden pagarme por encima de mi insistencia. Nos damos la mano amiga y en mi despedida, les digo con la mano en mi vientre y media sonrisa: RETORTIJONES. Los dos me miran pensativos por aquella expresión y cuando me alejo en busca del taxi, uno de ellos me dice en su acento Alemán: !Adios! !Re-tor-ti-jo-nes!.

2 comentarios:

Lola Baena dijo...

Me he reido como nunca, buenisimo, en serio.Y suerte la proxima vez que ocurra.

Anónimo dijo...

Aquí hay un escritor que atrapa al lector. El lector, como no huele, disfruta y ríe a mandíbula batiente.
Saludos
Pepe