miércoles, 6 de enero de 2010

3 Sueños de un borracho

Las palabras ebrias de Paul eran tan efímeras como lo que hoy queda de su memoria. A veces, en momentos de gran lucidez lanzaba sentencias que brillaban como estrellas fugaces para luego empañarse y desaparecer en el delirium tremens de la oscuridad... El alcohol era su compañero de soledades, abrigo para un alma que a cada momento lo necesitaba. En ciertas ocasiones de sobriedad justificaba su enfermedad en algo que le sucedió en el pasado y que en el presente necesitaba olvidar para poder vivir.
Sus pasos se ladeaban en la calle sin fijar la mirada en nada, vacía como estaba y tan ausente como la de un maniquí. No dejaba de arrojar chorros de palabras enmarañadas que se desvanecían en los oídos de cada individuo que las escuchaba. Algunas veces la luz del amanecer lo acunaba en cualquier calle y cuando ya no estaba tan borracho su mirada se volvía tan cristalina como el recuerdo ahogado de aquella mujer.
El último amanecer le cogió con el alma desnuda. Quizás Dios lo quiso así y por eso Paul se despidió del mundo con un deseo cumplido: volverla a ver... Del fondo del callejón, envuelta en sueños, apareció Mary y se acercó a él con la misma mirada cálida que despertó su amor. Sentado en aquel portal no se atrevía a articular palabra, mientras ella le decía lo que él siempre deseó escuchar, lo que tantas noches soñó oír; las palabras más hermosas jamás dichas por una mujer.
Paul por fin se atrevió a hablar y tendiéndole su mano como la de un niño perdido en aquel amanecer le dijo a Mary mientras ésta le acariciaba: "Me siento tan cansado…Soy pájaro herido por tu amor, ala rota que no quiere ser curada si no estás tú. En mis sueños soy tu héroe y en la realidad un loco borracho”.
A Paul no le importó saber que Mary no era más que una alucinación y suspiró al sentir que ella cerraba sus labios con un beso.

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