lunes, 2 de septiembre de 2013

Una máquina de coser



La máquina de coser de mi madre era antes de mi abuela. Su sonido era inconfundible. Cuando llegaban los silencios de la tarde, justo en la siesta, mi madre le hacía vestidos a mis hermanas. Se escuchaba romper el hilo o parar la máquina cuando la aguja no cosía bien. A veces se escuchaba la radio con sus canciones dedicadas y sobre todo, la ausencia del silencio de la gente a esas horas...
La calle desierta por el calor del verano a las 5 y todas las puertas de la calle, entornadas y atrancadas por alguna silla. Teníamos un gorrión con las alas cortadas para que no volara. Un jilguero enjaulado que le envidiaba y se sentía solo en el cuarto de aseo; apenas cantaba. Por aquel tiempo, mi niñez nunca se acababa. Los vecinos soportaban la calor por la noche sentados a la puerta de las casas. Los niños jugábamos a juegos que están olvidados y matábamos a las lagartijas que pululaban las fachadas buscando mosquitos. Los murciélagos patrullaban la calle quebrando el aire y nosotros lanzábamos pequeñas bolitas de papel para engañarlos.
Por aquel tiempo, la vida parecía más tranquila y las novedades en mi calle eran de interés general. La gente nos conocíamos y sabíamos de nuestra vida; de nuestra historia con el interés de poder ayudar al vecino. Las puertas de muchas casas no se cerraban por la noche porque no había robos.
Mi niñez era incrédula y fantasiosa, inocente que se bañaba en miles de sueños y se creía las historias más increíbles.
Esta tarde estuve en una casa que me trajo todos esos recuerdos. Una mujer cosía con una maquina igual a la de mi casa. Su música era inconfundible. Me acerqué a ella y me dijo que estaba haciendo un juego de sábanas para el ajuar de su hija...
A veces el pasado nos atrapa con recuerdos agradables. Es bonito revivir cosas inolvidables cuando parece que todo terminó...


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