lunes, 5 de febrero de 2018

Rojo y anaranjado



De pequeño, siempre quise alcanzar la puesta de sol... bañarme en aquel colorido de tonos rojizos donde el horizonte, une la tierra con el cielo.
Todas las tardes eran diferentes y mágicas pero por más que anduviera, nunca llegué a alcanzar ningún atardecer. Para un niño inocente aquello era el fin del mundo y según se escuchaba en una canción, sólo el que era capaz de llegar al límite, sabría de primera mano lo que pasaría en el futuro. Aquel deseo era mi secreto y no comprendía porque la gente pasaba de largo sin apreciar aquel don del cielo.
Desde lo alto de la calle más empinada se divisaba el milagro veraniego. La brisa de la tarde lanzaba mi flequillo al viento y mi mirada, se perdía como el vuelo de una golondrina que vuela por encima de olivares. Todas las tardes lo mismo y yo, fiel a la cita. Aún hoy, mi mirada se vuelve a perder por el cielo de Andalucía y el 1.82, se queda en 1.10.
Mi empeño no tuvo descanso hasta que un día tuve la idea más tonta del mundo. ¿Cómo no se me ocurrió antes?¿Cómo no me di cuenta? . Pensé que si el atardecer siempre se colocaba a la misma hora en el mismo sitio, un tiempo antes pasaría por encima de mi cabeza hasta llegar al horizonte, traspasarlo , y ceder el puesto a la noche. Así que, horas antes del atardecer, mis ojos acechaban vigilantes el cielo por ver pasar aquella gama de tonos rojos y anaranjados. Pero todo sueño tiene su final y el mío lo puso mi abuela. Cuando me vio tan atento al cielo me pregunto que era lo que me pasaba y yo le dije mis intenciones. Ella se echo a reir y me dijo que el atardecer solo pasa en el horizonte...que no fuera tonto...Hoy, mi querida Valerie , me pregunto cuantas son las tonterías que pueblan nuestra cabeza ayudándonos a vivir...Nada más.


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