martes, 8 de mayo de 2018

Una lágrima en el pañuelo



Paul no soltaba su mano y ella se quería marchar... El tren lanzaba vapores mezclados con humo. Aquello era un ir y venir de gente en plena estación de Córdoba... Teresa soltó una lágrima y le dijo que no se llamaba Mary. Paul le dijo: yo me llamo Domingo.
 
- Aún así, Paul, no trates de entenderme, soy demasiado complicada y poco o nada previsible. Los silogismos conmigo se convierten en sofismas… Y sobre todo y ante todo quiero y debo ser leve.
 
Mary soltó su mano y Paul cerró el puño para retener aquella calidez; como si algo fuera suyo ahora; como si el corazón de aquella mujer se hubiera quedado impregnado en la palma de su mano y viviera en ella durante unos segundos. Aquellos labios, fresas en una película en blanco y negro, le decían el adiós más definitivo. Un final esperado porque Paul, hombre cabal, sabía de las fronteras de la amistad.
 
El silencio empañó la estación. Mary dejó el pañuelo en el suelo para que el viento se hiciera cargo de toda la soledad y subió al tren. Pero la despedida no podía ser definitiva, porque lo que dejaba a medias jamás cesaría de rondar en su cabeza. Las ruedas de la vida se movían con el tren, y con ellas el corazón de quien lo deja todo en Córdoba.
 
Lejos, en la distancia, un niño corría detrás de un pañuelo.


4 comentarios:

Paula Cruz Roggero dijo...

¡Qué lindo relato corto!
Me encantó.
Besos al alma, Pau.

dijo...

Me emociona tu escrito,amiguco
...Pero ella quería ser LEVE...QUé palabra,qué concepto tan conocido.No sé porqué pero me ha llamado enormemente la atención y eso es lo milagroso.
El "niño" tiene que correr tras aquello que necesita
Besucos de levedad

Abuela Ciber dijo...

Conmueve tus palabras espejo de sdentires que muchos han vivido.
Alejamientos que se producen y que la vida nos enseña a aceptar
Cariños

Mi nombre es Mucha dijo...

Los silencios empañan los vidrios de la vida dejando al momento revivir lo que quería