Siempre, la vida se desliza por un camino donde a veces tenemos una parada. No importa la estación del año o los acontecimientos que hemos tenido pero el caso, es que hacemos una parada y nos contamos cosas...Los días pasan sin cesar. A veces son cansados, otros diáfanos, otros se perderán en nuestra memoria porque no pasan sin pena ni gloria y sin embargo y sin saber como ni por qué, nos aislamos a nuestra manera porque nuestro interior nos reclama.
No soy un masoquista y me considero positivo después de todo el camino andado. La vida invita a sentarme a su lado con un sentimiento denso entre la tristeza y la melancolía como una voz que me reclama en medio de la nada. Entonces me disfruto para mis adentros como quien se abre al alguien que solo eres tú y solo tú...Este estado de ánimo es agradable. Uno busca mas la soledad para perderse en sus adentros cuando el estado de ánimo te emociona con lo que tu mismo te cuentas y eso, vale mas que el oro del Perú.
La felicidad es un sentimiento agradable que no te deja y el pensar, se vuelve sencillo como el vuelo de una mota de polvo mientras en corazón pesa y pesa con ese peso existencial que a veces nos reclama mientras la vida sigue y sigue...
El dolor nos hace sentir que estamos vivos. Un beso
ResponderEliminarHola compañero.
ResponderEliminarSí… a veces la vida se sienta a mi lado sin que yo se lo pida, como una vieja amiga que no avisa, pero que siempre trae algo para decirme. Y en esa pausa —porque sí, hacemos pausas sin saber del todo por qué— me dejo estar. No hace falta entenderlo todo. Solo sentir.
Los días se suceden con su propio ritmo. Unos se quedan conmigo, otros se disuelven como si nunca hubieran sido. Pero todos me han construido, incluso aquellos que ya no puedo recordar. Me aíslo, sí. Me recojo. Porque a veces una necesita su propio silencio para escucharse sin interferencias. No hay dolor en ello, hay profundidad. Hay verdad.
No me hablo con lástima, ni me siento derrotada. Al contrario. Siento que he caminado tanto que ahora puedo permitirme sentarme un momento, cerrar los ojos y respirar la vida que llevo dentro. Esa mezcla entre nostalgia y calma me resulta familiar, casi dulce. Como si solo allí, en ese rincón callado de mí misma, pudiera encontrar sentido.
Y ahí, en esa conversación conmigo, sin testigos ni máscaras, descubro algo valioso. Algo que no se compra ni se mide: la capacidad de sentirme. De ser. La soledad no es ausencia cuando se llena con uno mismo. A veces, incluso, es compañía.
La felicidad, entonces, no es esa euforia que nos venden. Es más bien este estado sereno, casi suspendido, donde todo tiene un peso y una levedad al mismo tiempo. El corazón late con su carga existencial, sí, pero sigue latiendo. Y mientras late, la vida continúa… y yo con ella.
Un abrazo