Aún me embelesa el humo de aquel cigarrillo que juega en el vacío. Mi vista, ausente de todo, se hace borrosa siguiéndolo . En su ascensión carente de cualquier corriente de aire, marca una línea recta perfecta hasta que termina por deshacerse en filigranas. El humo me transporta a las mil y una noches y ese recuerdo, me hace volar de una manera tan placentera que yo mismo quisiera ser devorado por unos labios.
Aquel humo, se retuerce en su ascensión para crear autenticas obras de arte a la vez que atraviesa los rayos de sol en la ventana para mezclarse entre infinidad de motas flotantes...motas de polvo que se desplazan tan tranquilas, como si se hubieran tomado un valium; aburridas, sin saber a dónde ir como viajeras perdidas visibles a los rayos del sol.
Al espectáculo no falta la típica mosca indecisa que con sus constantes cambios de sentido, no respeta las leyes del humo y del polvo en suspensión. Parece que huye de un incendio buscando la libertad y chocando continuamente contra el vidrio de la ventana. Le doy otra calada al cigarrillo para lanzar el humo contra el haz de luz. Se crea una auténtica revolución y las motas se vuelven locas. Todo se torna del color azulado de mi humo y pienso...este será mi último cigarrillo.
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