Vengo de la noche y soy fruto de la casualidad. Nací volando porque mi madre me ofreció como alimento para un pájaro. Atravesé extensos campos y sobrevolé montañas en un solo día… Pero claro, estos son recuerdos de infancia y de la incertidumbre de no saber dónde echaría raíces. Escuchaba el corazón de mi piloto: bumbum bumbum bumbum... -acelerado como el de un humano que se lleva un susto- hasta que fui a parar donde me veis ahora.
Una hormiga quiso llevarme a su hormiguero pero me salvó una tormenta de verano hundiéndome en la tierra que me vio nacer. Mi alumbramiento tuvo sus peligros y a punto estuve de ser devorado por una cabra si no llega a ser por el disparo certero de la honda de un pastor. He conocido el frío y los días calurosos del verano, la sequía y los momentos de abundancia, la soledad y a quien ha buscado cobijo en mi sombra. En este lugar tan aislado he crecido y me he hecho mayor. Como mi madre, también he dado mi cosecha, y un hijo crece cerca de mí. A veces nos intercambiamos polen y, resulte o no chocante, por Primavera somos afectuosos gracias al viento, las abejas y otros insectos.
Hoy comienza otro día y cuesta sobrellevarlo pues el año no ha sido muy lluvioso. Mis frutos son escasos y enfermizos. Hasta los nidos de mis amigos los pájaros se empiezan a quedar vacíos en la búsqueda de tierras más productivas. Con el sol en el horizonte exhalo oxígeno y eso me llena de orgullo. Antes de amanecer el viento agita mis ramas anunciando el nuevo día con un sonido que agrada a los hombres y, desde mi soledad, me siento importante. En las tardes de verano un labrador duerme a mis pies y yo le refresco y le arrullo tras su fatigoso trabajo en la campiña, porque es un amigo fiel y en más de una ocasión me salvó la vida. Durante todos estos años puedo dar fe de quién soy, y así lo sentirá quién se acerque a mí… soy VIDA.
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