Hoy el tiempo y mi calle se empapan de agua. El cristal de mi ventana se cubre de lágrimas como si fueran las cuentas de un reloj de lluvia y su tiempo, se hace cada vez más pausado en mi sentimiento. Cada pensamiento,cada mirada, cada detalle, cada momento, se me deslizan y se me pierden detrás de cada gota de lluvia; como los pasos olvidados que la gente va dejando por mi acera.
Hace unas horas las nubes lloraban paracaidas blancos que se fundían en la cara de los niños. La nieve se adornaba de tejados y de calles, de campos y de miradas. En el equipo de música escucho a Durrutti Column por enésima vez y no me canso de esta música. Cada vez encuentro nuevos detalles en cada tema y me asombro de esa capacidad que tiene este músico en dar unas pinceladas tán precisas. Con el paso de los años y los miles de discos escuchados se afina mucho el oido musical y no es de extrañar que algunas veces un buen tema musical alcance de una forma tan directa y profunda mi sentido del arte.
De todo este día, me quedo con aquello que pasó y nunca se quedó. Tener la oportunidad de saborear el tiempo sin medirlo con la prisa de todos los días, pienso que es mejor que correr cinco kilómetros para rebajar el colesterol.
Me asomo a la ventana y ya es de noche. Las nubes siguen llorando muy calladas allá en lo alto y los pasos perdidos de la gente van siendo cada vez menos...
Este último posteo me recuerda el libro del desasosiego de Fernando Pessoa. A muchos escritores profesionales les gustaría que los comparasen con Pessoa.
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