viernes, 17 de septiembre de 2010

Ausencia

Hoy día 17 de septiembre, las campanas de mi pueblo anuncian la muerte de alguien que seguramente conozco. El cielo llora la lluvia tan esperada y la gente, como cada año, camina con esa prisa tan característica de quién le pilla en plena calle un chaparrón de agua. En mi equipo de música hace 10 minutos que Bill Evans dejó de tocar su piano y creo que lo volveré a escuchar porque esta tarde es de melancolías y recogimiento.
Llaman a mi puerta. De un salto aparece el recuerdo de mi perra que en guardia como los soldados defendía muestra casa ladrando. Ahora su silencio es mi recuerdo y no miento si digo que me he emocionado por no escuchar el cascabel de su cuello. Con demasiada frecuencia, los animales arropan la soledad de la gente. Su idioma son los sentimientos carentes de palabras pero no de ese cariño tan especial que nos une desde antaño. Me emociona cada detalle de cada recuerdo y de como su pelo de algodón nos acariciaba los pies buscandonos por debajo de la mesa. Las campanadas de la iglesia, el silencio de mi equipo de música, el timbre de mi puerta...dejan hueco para el recuerdo de alguien a quién echo de menos.
Se me murió mi Tula. Ya me habían advertido que su vida es más corta que la humana. Entonces no sabía que la echaría tanto de menos. Ni sabía que se pudiera hablar tanto sin palabras. Una de las cosas que creo que me dijo es que los de nuestra especie estamos locos. Desde entonces veo el telediario y más de un par de veces me sale el comentario "estamos locos". La primera vez que que me lo dijo fue a propósito de que yo le expliqué que para los seres humanos había otra vida pero que para ellos, no. Movió una oreja, luego la otra, una ceja, luego la otra y creí entenderle: "Estáis locos". Con ella aprendí mil cosas más. La primera a dudar: ¿Cómo es posible que mi perro no tenga alma y yo sí? ¿Hasta dónde llega su inteligencia y hasta dónde la mía? ¿Cuántos genes tiene y, de ellos, cuántos son semejantes a los míos? Ahora tendré que escribir un libro para curarme del dolor de haberla perdido. Será mi homenaje.
El timbre de mi puerta vuelve a sonar otra vez. La mirada se me vuelve cristalina y a punto estoy de no responder. Abro la puerta y alguien me pregunta: ¿Que te pasa?


Por Pepe y Buscador

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