lunes, 12 de diciembre de 2011

Naturaleza y Alma

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Por motivos íntimos, la sencillez de la vida en general es síntoma de sabiduría. Alcanzar la paz del espíritu resulta tarea casi imposible y mucho más en estos días que nos toca vivir. Desde siempre, la naturaleza me ha enseñado cosas absolutamente sensatas y lógicas. Según cuenta un dicho: Las aguas siempre vuelven a su cauce. En ocasiones, he pensado en la sinceridad de las lágrimas, en el brillo de la alegría, en por qué nos complicamos tanto la vida si tenemos un corazón tan amplio como es nuestro propio amor...
De pequeño el mundo era la aventura mas maravillosa. La imaginación se expandía y jugaba con la realidad de tal manera, que muchos poetas quieren volver a ser niños por seguir viviendo en esa forma tan pura. El secreto de la naturaleza y de la condición humana debe de tener la misma fórmula pues por mucho que lo parezca, no somos extraterrestres. La sensibilidad de percibir el mundo, se convierte en un río que llega al fondo del corazón y, es tal su pureza, que nos afirma como personas.
De pequeño tenía una perra que se llamaba Tula y un día, la escuche suspirar. Me pareció el suspiro de una persona y eran tantos los detalles que tenía conmigo, que mi recuerdo no era el de un perro sino, el de un ser con grandísimos sentimientos y emociones.
Vuelve a mi memoria un texto que solía leer en una sala de espera. Era de Maimónides un médico cordobés del S.XII ( creo). Este médico escribió un texto que durante mucho tiempo lo estuve releyendo. Este hombre tenía un enorme amor por el arte y todas las criaturas además de perdirle a Dios ser insaciable por su amor a la ciencia...Pero el secreto de su vivir diario consistía en ser moderado en todo... Si nosotros tomáramos de la naturaleza sólo lo que se necesita, la vida sería más feliz y cómoda.

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