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El viento caluroso de África , hacía balancearse las hojas de unos álamos tan verdes y llenos de vida, como resplandecía mi juventud. Aquella tarde, el río de La Hoz, traía hojas que navegaban corriente abajo. Algunos peces peleaban en contra de la corriente sin mucho esfuerzo y los alevines, correteaban de aquí para allá tan veloces como lo hacen los retoños de cualquier animal. La vida reventaba por todas partes avivando los sentidos y yo, sentado en medio de un puente de dos vigas de madera, balanceaba mis pies a un lado y a otro, adelante y atrás; inmerso en un mundo tan mágico como inocente.Mi pensamiento flotaba y corría detrás de cualquier hoja mezclando la imaginación, fantasía y el peso de lo que consideraba real e importante.
El murmullo de todo lo que estaba vivo penetraba en mi ser con el calor húmedo y agobiante del verano.
Los hilos de seda en las telarañas brillaban con el sol a merced de la brisa más escondida y mi sangre, se agolpaba en mi cabeza. Los trabajadores de la huerta se escuchaban a golpes de voz entrecortada y algún perro ladraba adornando un escenario donde nunca pasó nada....solo la calma del río de La Hoz...como recuerdo de cosas íntimas que aun guardo dentro de mí...
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