Esta mañana he paseado por Córdoba. El día estaba nublado y hasta hacía
buena temperatura. Arriba en el cielo, la nubes desfilaban y el amanecer
por la carretera se tintaba de tonos rojizos y anaranjados en rasgos de
nubes que las lleva donde vaya el viento...Por la acera la gente
también desfila con la mascarilla. Hay miradas que buscan mis ojos y mi
ojos que se detienen en una mirada...a veces los pasos perdidos son los
mejor encontrados. El mundo desfila cubierto por la mascarilla de moda.
Las hay con labios pintado, con cadaveras, a rayas, negras, planas y
terminadas en pico, con la bandera de España y hasta algunas que sabe
Diós desde cuando la usa ese tipo que se cruza conmigo porque está llena
de manchas...Entro en un café y cuando me quito la mascarilla parece
que respiro gloria y a limpio. El café es bueno pero la camarera está
preocupada pues también tiene que pagar el alquiler del local. Hablamos
de cosas cotidianas. Salgo a la calle de los pasos perdidos; casi
ausente de todo menos de las miradas con quien me cruzo y me detengo en
el llanto una niña que lleva en su mano su mascarilla rota. Todo parece
más triste. Quizá es la llegada del otoño. La gente parece preocupada y
al entrar al parque de los patos, me siento en un banco destanciado de
una mujer mayor que le da de comer a las palomas. Parece que la conocen.
Pasan debajo de sus piernas casi rozándolas con movimientos
inquietos...y van llegando más y más palomas cuando veo en su mirada
algo que no se oculta con la mascarilla y esa palabra es: AMOR...
Si no fuera por los coches, la calle se llenaría de silencios...
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