El hombre que amaba la libertad

 

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 Era un simple marinero; uno del monton que formaba parte de una tripulación con rumbo a lo desconocido. Un mal augurio penetró a mis adentros con la infinitud del horizonte. "Algo te delata en la mirada" que no me gusta nada...me decía el contramaestre...La tripulación se forma en grupos; en sociedades secretas donde el filo de una navaja brillaba con la luna. Unos eran andaluces, otros vascos, otros extremeños. Me daban miedo sus conjuros de miradas. Un peligro inminente en el descanso, era como un stop para no visitar la bodega solo. Las ratas abundaban las reservas de alimentos y las reuniones mas oscuras, se daban en el rincón mas oscuro. A penas a tiempo, la trampa del reloj de arena marcaba el tiempo que debías de emplear cada vez que bajabas a la bodega. Luego alguien te registraba pues todo el mundo debía de comer lo mismo. Tres son multitud en la pequeña cocina. A veces el jefe de cocina me cocinaba la rata mas gorda que cazaba y yo la comía con el miedo a ser descubierto por el capitán. El jefe de cocina era un hombre híbrido. Tenía pechos de mujer y una malformación que se acercaba mas a un pene que a una vagina. Era hombre callado que aguantaba las burlas de los demás. No aclaré que oscurece cuando desde el palo mayor de la Nao, alguien grita tierra la vista. "Carilindo", que así le decían los marineros, me dijo que saltara al mar y me quedara en aquella tierra prometida porque entre toda esa gentuza, lo mas probables era encontrar la muerte.

Cristobal Colón me invitó a dar el primer paso en tierra desconocida. La vegetación era abundante. Nos descubrieron unos hombrecillos de aspecto extraño: Eran indios. Nos miraban curiosos de nuestra indumentaria y yo, nada más poner los pies en la arena, corrí todo lo que pude para adentrarme en la espesa vegetación y hoy, 40 años más tarde, antes de morir de viejo con mi mujer e hijos, recuerdo aquella aventura. Los indios me pusieron Topanga y no miento si juro que los años mas felices de mi vida, están en estas tierras.