domingo, 18 de diciembre de 2011

CUENTO DE NAVIDAD

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El viejo se pasaba las noches desvelado. Un dolor agudo le bajaba de la cintura hacia la pierna izquierda y le impedía dormir. No era la primera vez pero esta vez el monstruo del dolor no soltaba el bocado. Un ay, un desaliento, un cambio de postura, una desesperanza, una resistencia a punto de quebrarse. Respiraba profundamente para relajarse y sobrellevar el mordisco. Llevaba más de veinte días sin lograr un sueño de cuatro horas seguidas. Aburrido se colocó los auriculares y oía historias duras y dulces, desvergonzadas y tristes en un programa de radio de la Cadena Ser al que llamaba la gente para Hablar por hablar.

El viejo había renunciado este año a escribir el acostumbrado cuento de Navidad. Tenía abandonado el ordenador porque no creía que pudiera encontrar una postura para escribirlo. Pensarlo le daba un latigazo en la pierna que le hacía ver estrellas. No podía estar de pie ni sentado y se retorcía en la cama buscando posturas que no encontraba como si hubieran desaparecido de su cuerpo y sólo quedaran las dolorosas en una variedad interminable.

En la duermevela el cuento se empezó a escribir solo. La voz de un senegalés contaba cómo llegó a España en patera con otros 64 compatriotas. La mayoría no sabía nadar. Él sí porque había sido pescador antes que taxista. Vivía razonablemente bien pero quiso conocer Europa, ver otra gente, aprender de otros mundos.

Llevaba un tiempo en el país y estaba entusiasmado y enamorado de España. Por más que le preguntaba la voz dulce de la locutora él confirmaba que, salvo raras excepciones, los españoles le trataban muy bien. Él los amaba. Era un sentimiento muy puro y hermoso. De pronto, sin venir a cuento se echó a llorar, con la ingenuidad del llanto de un niño bueno que no quiere que se muera su abuelo.

En esas el viejo se despertó como anda despierta la gente en el trajín del mediodía.. Abrió ojos como platos, se olvido de su dolor que no le daba respiro y escuchó perplejo.

La voz dulce le preguntó por qué lloraba. Por los españoles, dijo. Hay gente que vive debajo de un puente con niños pequeños. Eso no pasa en mi país. No lo puedo soportar. Los españoles no se merecen esto que está pasando. Lloraba inconsolable a pesar de las palabras consoladoras de la exquisita locutora.

El viejo no se emocionó, no se le hizo un nudo en la garganta pero supo que el mensaje que se espera el día 24 de diciembre había llegado el martes 13, de madrugada, cuando casi todos duermen menos algunos enfermos y gente desvelada aquejada de desamor y otros dolores del alma y del cuerpo y un grupo de chatines de guardia que escriben frases breves de apoyo. Este año el que había de venir se presentó llorando como un bebé desconsolado 11 días antes de la fecha prevista. Era adulto, senegalés y negro. Traía amor y lágrimas por las penas ajenas.


José Ramírez

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