lunes, 15 de febrero de 2021

En pandemia

 


 

 

 Amanece y no quiero abrir los ojos. Los gorriones dan la alarma del nuevo día; justo cuando su canto se mezcla con los sueños ya tardíos. Los pies están fríos y el silencio ya no es sepulcral. Parece que la luz lleva sonido y que la razón de estar despierto, se perfuma con palabras. Amanezco en otro día envuelto en la nada como si fuera un regalo de mi cama. El viento mueve las persianas, el grifo de aseo gotea insistentemente a cada segundo y cuento gota tras gota al compas de mi corazón. Hace nada la paz vino en un sueño surrealista; de esos que le cuentas a un amigo y te pide cita para el psiquiatra pero, maravilloso mientras lo vivía en sueños. Hoy no tengo nada qué hacer cuando me levante salvo ir a orinar. La oscuridad de mis ojos se vuelve de un rojo intenso cuando los alcanza un rayo de sol. Pasado un rato se escucha mi vecino, a los coches, a las voces lejanas y se retiran mis sueños para descansar mientras dure el día. Abro los ojos que se van directos al despertador: Las 8:30. Mis brazos y mis piernas cobran fuerza y crujen en un estiramiento. Salgo de la cama. Pasados unos instantes mis pasos enfilan el pasillo. No recuerdo ni un ápice sobre lo que soñé; siempre me pasa. Las visceras se mueven, me tiro dos pedos como si fueran dos salvas y,  comienza un nuevo día...

 

viernes, 5 de febrero de 2021

Las manos





 

 Desde aquellos días, las manos de la gente me causan fascinación y ella las tenía muy hermosas. No eran ni grandes ni pequeñas pero sí sedosas y bién cuidadas. Su calor me daba seguridad cuando las tomaba y el perfume se difuminaba en mi mente cuando estaba solo en mi cuarto y los fantasmas me acechaban...Yo era un niño de corta edad que por problemas en las piernas, necesitaba que alguien me ayudara en momentos determinados. Ella era mi maestra. Todo cuanto hacía me resultaba maravilloso. Me gustaba observarla cuando caminaba, cuando reía, cuando se enfadaba, cuando miraba al infinito buscando en su cabeza una respuesta o cuando me tomaba de la mano para bajar las escaleras. Fué mi primer amor; algo tan inocente en un niño de 5 años donde su cabecita era un ordenador a todo gas para asimilar las cosas de la vida; el descubrimiento de lo que no se conocía, el secreto de saber lo que pasaba. Ahora puedo revivir el olor infantil y profundo de la clase, su voz enredándose en mis oidos, mis compañeros de clase y el polvo de la tiza en sus dedos cuando se los limpiaba con un pañuelo. Las manos han significado para mí algo mágico por ser capaces de crear belleza como una prolongación del alma. Su calor era ardiente cuando me acariciaba la cara y me tomaba de la mano. Después de todo aquello pasaron muchos años y llegó el olvido de muchas cosas menos de ella: la mujer más encantadora que jamás he conocido.

Cuando conocí a mi mujer, fueron sus manos en lo primero que me fijé. Luego su forma de hablar, su sonrisa, la manera de caminar y el perfume que usa. Antes no hubo otra mujer por no ser enamoradizo y me casé con ella. A veces caminamos cogidos de la mano y siento su calor como quién da un beso de amor. Por las noches, tomo sus manos acariciándoselas y ella me las aprieta volviendo a mi recuerdo aquel sentimiento de seguridad que me daba mi primer amor...Quiero a mi mujer pero no puedo huir del pasado, son vivencias que forman parte de mi forma de ser. Cuando me presentan a alguien, con prejuicios juzgo a esa persona por sus manos, incluso me he dejado llevar por ese juicio. Pero ella siempre estuvo presente e imagino que si aún vive, las manos como el resto del cuerpo son perecederos. Nunca vi unas manos iguales como aquellas y mi mujer que lo sabe todo sobre mi, también me eligió por mis manos cuando la conocí pues hace la manicura...

 

jueves, 4 de febrero de 2021

Michelle

 


 

  A veces el destino tan solo teje sombras del pasado...Me pregunto cómo era la voz de aquella chica que sonreía delante de la cámara a principios de la primavera. Su recuerdo lo llevo presente como quién guarda un sueño que jamás se hizo realidad. Cada mes de abril se cumple su aniversario en un parque donde los enamorados se besan y los sueños se hacen realidad.

El perfume de las rosas, las palomas adornando el cielo, la fuente y aquella luz intensa de la mañana, confabularon para que su mirada se tropezara con la mía. Sonreía delante de la cámara con la piel blanca como la nieve y el brillo de sus ojos que se detuvieron en los míos...Algo extraño me sucedió dentro de mi corazón; algo claro y certero que me provocó un lapsus de tiempo en el corto intervalo de un segundo...y la vida siguió hasta hoy; sin mas que esperar a lo largo de todos estos años a pesar de estar casado.

Mi ciudad atrae ríos de gentes de todo el mundo a cada época del año. Los años se van cumpliendo como quien te empuja al precipicio de la vejez y el destino con sus avatares me llevó a vivir a otra ciudad; a otro país. Tuve suerte con la mujer que me casé y también con los hijos. El trabajo me permitía ciertos lujos pero el recuerdo de aquella mujer en mi ciudad natal, me persigue como una cuenta pendiente por no haberme acercado a ella para tener un gesto; qué menos.

A veces pienso que mi mujer tiene un sexto sentido sobre mi. Una noche, después de hacer el amor, me pregunta que por qué no la he olvidado y yo me quedé frío como la nieve. No supe qué responder cuando los silencios dan la razón...Sin embargo mi mujer no me dejó y la vida nos llevó hasta el desenlace de la muerte por vejez.

María se enterró el 1 de noviembre en París. El funeral fué sencillo y mi mujer pidió ser incinerada cuando falleciera. Aquel dia muchos parisinos visitaban a sus familiares y cuando terminó la ceremonia, mis hijos quisieron llevarme a casa cosa que rechacé. Quería dar un paseo y si me cansaba cogería un taxi. Ellos se fueron con un abrazo y dos besos.

El cielo estaba claro. De mi boca salía el vaho y el humo de mi cigarrillo. A cada paso, la lápidas del cementerio hacían un defile de gentes ya pasadas y entonces apareció ella; siempre ella. La fotografía era la de aquel día en el parque de mi ciudad; la reconocería entre mil. Se llamaba Michelle. Hacía años que murió y yo arranqué la fotografía de aquella lápida para guardarla en el bolsillo y salí del cementerio rápidamente.

No volví a verla hasta que llegué a casa. Su nombre se repetía constante en mi pensamiento: Michelle, Michelle, Michelle...Michelle. Cuando la saco de mi bolsillo, ella no estaba mirando al objetivo de la cámara sino a mí cuando nuestras miradas de cruzaron en aquel día de primavera...el vello se me puso de punta y las lágrimas, afloraron a mis ojos.