Se sentía invencible por descubrir lo desconocido. Le llamaba mucho la atención la idea del infinito, tan inabarcable como poderosa. Pensaba en cuantos granos de arena se sumaban para crear la tierra y aún así, el infinito era algo superior en sus estrellas, planetas, estrellas fugaces y algo que le hacía sonreir: el polvo cósmico...
Por las noches, antes de dormir le preguntaba a su madre si las estrellas y los planetas están en los libros, si algún maestro le podría enseñar el infinito pues con sus 6 años, deseaba ser mayor para comprender. Su madre le acariciaba el pelo y le decía que no sabía leer y su padre a duras penas podía firmar documentos; que ellos eran pobres para buscarse la vida por las calles de la gente que sí tiene cultura y saber y poder y, tantas cosas desconocidas, que el mundo en sí, es mágico en descubrir...
Daniel se afanaba en ayudar. Con pies temblorosos arrastraba cuestas arriba metales de cobre para poder comer. Tan orgulloso estaba de ayudar en su obedencia que tampoco se le pasaba la escuela con María; una misionera venida de lejos que le abría todo un mundo por descubrir. El soñaba con ser mayor y tener una casa decente para que sus padres y sus hermanos vivieran con dignidad. La enfermedad los visitaba a menudo y el sufría mucho por los amigos que se le iban al infinito también. Los mayores, lloraban las muertes sentidas y maldecían a los gobernantes con sus capitales millonarios. Daniel era un niño sensible y a veces, con mirada al cielo lloraba con pasión por aprender cosas que intuía a lo inabarcable...
Llegaba el invierno con toda su crudeza y la escuela abría al atardecer, cuando los niños terminaban de trabajar en las calles y el sol se hacía agradable a la vista. María les llenaba de ilusión contagiosa y les hablaba de libros de viajes, de un mundo donde el saber, acariciaba el alma de las personas. Daniel estaba muy atento a todo porque por la noche con memoria de elefante, soñaba con todas esas cosas que le María le enseñaba.
Pero cada día era arduo en el trabajo. Su padre le exigía más atención y había tardes en que Daniel faltaba a la escuela afanándose a las ordenes de su padre para aprender en la escuela de la vida. A veces Maria llegaba a su chabola y le traía libros donde aparecían naves espaciales y hombres que se llamaban astronautas...Pedía a sus padres que lo dejaran estudiar pues el chico prometía.
Pasaban los años y Daniel ya tenía 14 años. Fumaba, bebía y ya solo recordaba a María cuando el alcohol le inundaba las venas cargadas de sentimientos...y así pasaba la vida en aquel suburbio infestado de enfermedades, muerte e injusticias donde el más fuerte, sobrevive hasta que la muerte lo alcanza...
12 comentarios:
La ley de la vida.
Besos.
Que puedo decir, es la primera vez que te leo, pero más real y crudo implosible, porque así es la vida.
Un triste camino que hay que seguir hasta el fin.
Con tu permiso me quedo.
Un abrazo.
Ambar
Aun creo que existen muchas historias como esta, ni por más información siempre hay seres que se dejan abatir por su propio mundo,agachan la cabeza para no ver a su alrededor, y someten a sus hijos que a su vez siguen el mismo rumbo.
Abrazos feliz fin de semana.
Un relato muy triste pero no deja de tener su parte real ¡cuántos niños, cuántos talentos perdidos revolviendo, día tras día, en la basura para tener un bocado que llevarse a la boca!
Los que somos unos privilegiados por haber tenido una formación y un techo acogedor, olvidamos, en cantidad de ocasiones, que hay gente a la que le falta lo más indispensable para poder vivir dignamente.
Hoy tu entrada es para reflexionar largo sobre ella.
Cariños y buen fin de semana.
Kasioles
Tndrías que tener una fuerza de voluntad igual de inabarcable para sobrevivir y superar esa rutina de vivir en la ignorancia.
Un relato fuerte.
Saludos.
Por desgracia, real como la vida misma. ¡Qué impotencia! Un abrazo.
QUÉ ESCASAS SON LAS VECES EN QUE LA REPRODUCCIÓN DE LAS CLASES SOCIALES se salta un peldaño.
Son cosas de la cuna, dicen...
Nacen con cucharilla de plata en la boca, dicen...
Los hay que nacen con estrella, dicen...
Nacen con un pan bajo el brazo, dicen...
Dicen, dicen, dicen... pero no cambian las cosas, amigo.
Si uno obtiene becas para estudiar, por ejemplo, Derecho, no encontrará trabajo porque quienes van ya vienen de familia letrada. El abolengo, por desgracia es un mal endémico. En otros países nadie pregunta por las famlias, por los linajes, cada uno es bueno en lo que es sin importar si nació así o asá.
Y aquellos que usan los productos de empresas que bajo su marca se lea en letra menuda made in India, made in China o made donde sea, que piensen a quién le están dejando el dinero. Así, entraríamos en la polémica de si es mejor no comprar estos determinados productos o comprar mucho para que sigan los miserables trabajos ¿Mejor miserables que nada? ¿Hay forma de actuar? ¿Cuál es el foco podrido que lo permite?
Gran debate de conciencia ¡y de acción!
Un abrazo y enhorabuena por tratar este tema. MUACS.
¡Cuántos Danieles se han perdido en esta sociedad de consumo!. ¡Cuántos maestros, científicos, artistas, literatos, matemáticos se han extraviado entre la pobreza extrema que todavía vemos!...Me has dejado con tanta tristeza porque tu relato me ha calado el alma.
Gracias Buscador por escribir algo así.
Un abrazo.
Así es, se pierden muchos talentos por vivir en la miseria, pero los hay que luchan y no se dejan sucumbir. Daniel desperdició la gran oportunidad de poder salir de la pobreza.No todo es conformismo.
Un abrazo y hasta octubre.
Dolorosamente
es como muchos quedan perdidos en la vida...
torcer la mano a esa brutal realidad...es quizás el logro
de quienes a pesar de todos los dolores
se toman de las manos de Dios.
La palabra es una herramienta muy poderosa y soy de agradecer cuando se construye consciencia con ella.
Gracias!
Excelente relato!!!
Beso.
Hay medios —cada día más crecientes en nuestro mundo global— que marginan de tal manera a chicos como a Daniel, que tendrían que poseer una fuerza y resiliencia campeonas
—que sí los hay, también, casos excepcionales— para salir de allí y superarse. No se trata de conformismo, sino de miseria, falta de oportunidades y de respeto fidedigno a los derechos humanos de los niños. Cuando los niños tienen que trabajar como adultos para tratar de conseguir un bocado, nadie de nosotros podemos emitir opiniones que puedan servirle a ese chico, más allá de repartir culpas.
Se me desgarra el corazón con este tema. Están tan desprotegidos e invisibles.
Un beso con corazón apachurrado.
Publicar un comentario