domingo, 11 de octubre de 2009

Perdida

A veces la necesidad transforma a las personas. La precariedad hace agujeros en el alma y la calle, es un mercado de gente perdida que compra lo que no tienen en el corazón. La necesidad de la vida vuelve el alma del revés. El destino, la llevó a buscar lo que no se merecía caminando una y otra vez sobre aquella acera; arriba y abajo vendiendo placer a gente vacía de todo menos de deseo sexual y dinero. En sus primeras relaciones el miedo le recorría cada rincón de su cuerpo y sus clientes la tocaban y la penetraban como si fuera una muñeca sexual por sólo 50 Euros. Al terminar cada servicio vomitaba llena de desengaños por besar bocas infestadas de tabaco y de whisky; de dientes podridos y aliento putrefacto. Sentía la necesidad de abandonar ese mundo y también sentía asco de todos los hombres y de toda la humanidad. Quería salir de ese mundo que engullía a la gente decente hasta un pozo negro lleno de miseria.
Su silueta, alargada y fina se apreciaba en el principio de la acera. Al andar simulaba un movimiento sensual que batía con gracia su vestido. Siempre gustó de usar zapatos de tacón por aquello que hacen más esbelta la figura y aun así, desgreñada y sucia, tenia ese aquel de las mujeres de clase. Sus ojos eran negros, grandes y profundos como la noche en la que se movía.Tenía una nariz graciosa y pequeña con unos labios grandes y perfilados como si fueran tallados por un escultor. Pero aún así, no podía disimular la frialdad de su rostro ni la oscuridad de su mirada... fue tanto el dolor pasado, fueron tantos los sinsabores que en su vida había tenido, que un día en que el hastío, la soledad y el abandono, hizo que su cuerpo se vendiera.
Pasaron tantos años en aquella acera como infinitos los hombres que la tocaron. Algún cliente a punta de navaja la dejó sin dinero para que le pagara los medicamentos de la enfermedad venérea que le trasmitió y casi todos le pagaban con una especie de chulería grotesca a la que ya estaba acostumbrada.
Una noche eran ya las tres de la madrugada. Al fondo de la calle apareció un hombre solitario que parecía estar buscando mujer. Ella se le acercó y nada ver sus ojos, supo que era Adrián, el amor de su juventud. El la reconoció al instante y su cara tenía la expresión del mayor de los asombros. Estuvieron durante un tiempo sin decirse nada por la sorpresa de aquel encuentro y ella se puso a llorar como una chiquilla. ¿¡¡Porqué te fuiste porqué te fuiste!!? - le decía ella abrazada a él-¿Por qué has llegado a esto? le preguntaba Adrián... Eras la más bella de todas las mujeres y ninguna competía contigo por sentirse inferior. Pasé años enteros pensando en tí y ahora veo que la vida da más vueltas de las que quisieramos. ¿Qué vas a hacer ahora? ¿ No sabes que esta vida destruye todo lo que somos? ¡¡Dios mío!!- Vamos ven a mi casa ¿has cenado?...venga que no quiero verte así.
El amanecer la despertó abrazada a una almohada con olor a perfume masculino. Las lágrimas afloraban serenas por desear que todo aquello fuera de verdad y por no sentir ahora las aceras frías de la ciudad ni la pensión donde vivía. El aroma a bacon y salchichas que venía de la cocina, le hacían soñar despierta; vivir en la vida que siempre deseó y todo lo que quedó de aquella noche y del pasado, se esfumaron por un momento...


Por Namyra y yo.

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