lunes, 17 de mayo de 2010

Córdoba eterna

Amanece en Córdoba y las calles de esta ciudad romana, bizantina, árabe...que esta tan rememorando tantos acontecimientos desde que existieran las civilizaciones...empiezan a poblarse de una variedad de personas asombrosa: cordobeses, árabes, suramericanos, rumanos, africanos...Distintas lenguas, profesiones, religiones, orígenes y condiciones sociales. Cada uno con sus costumbres y sus usos. No es una ciudad elitista, ni la más limpia, ni la más culta, ni la más emprendedora...a ser sinceros actualmente no tiene ningún protagonismo. Quién lo iba a decir...la que muchas veces ha sido considerada la mayor joya del mundo...hoy amanece callada, observando el continuo fluir de las gentes, guardando entre sus calles los secretos más codiciados durante tantos años...Porque pasear por Córdoba dejándose llevar por sus sinuosas calles, la salida al río, que se presenta como una bendita aparición. Contemplar las mismas columnas de la Mezquita, que recuerdan las irrepetibles caras de una multitud, ninguna igual a otra...Notar su peculiar su clima, su atardecer en el puente romano...aunque las construcciones sean modernas, aunque el tráfico inunde todo de ruido, aunque las prisas y el estrés de los transeúntes parezca que arrebatan la quietud que le corresponde. Si paseas por Córdoba y te tomas el tiempo de escuchar sus blancos muros...comprendes muy pronto porqué tantas veces la escogieron, porque aún hoy a la vuelta de una esquina, te encuentras una placita, nada pomposa ni recargada, nada presuntuosa, pero perturbadoramente elegante. Si tienes la suerte de poderte detener y ojear un libro, embriagado por el azahar, por el sonido cantarín del agua en la fuente... sabes que esas páginas nunca podrán transmitirte más.

Otto

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