" En las tardes calurosas, pesadas y asoladas de este pueblo, caminaba un hombre mayor por una calle bastante empinada. Daniel estaba sentado en el bordillo de la puerta de su casa con un bocadillo entre las manos y una gota de sudor en la frente"...
Nunca jamás hubo un principio tan recordado para mí como fueron justo esos recuerdos. Ellos me dieron pié a enseñar todo ese mi mundo interior. Esta afición por escribir nació del azar y gracias a esas pocas frases que son recuerdos de mi infancia. Ahora me siento lleno por dar salida a esas cosas que solo se cuentan en esta intimidad... Mi afición por escribir nació justo por casualidades de la vida y por eso me hace pensar en todo aquello que llevamos dormido sin explotarlo.
Si te paras a pensar, recordaras la maravilla que tiene tu mundo interior y sus posibilidades...
El cuento decía así......
Miró sus manos dispuestas a ambos lados del asiento. Por un momento creyó que eran las de un desconocido; que esas manos no eran las que toda la vida le habían acompañado. Ahora estaban arrugadas, con la piel flácida y cubiertas de unas manchas que un niño hubiera asegurado que eran de café con leche. Todo había cambiado. Sus pasos se habían tornado más lentos y torpes, sus fuerzas, sus reflejos, los errores que antes no cometía, la visión general de la vida, el trabajo que le costaba cada mañana levantarse...el sueño y el cansancio a deshoras. -El paso del tiempo nos va destruyendo poco a poco como el azúcar lo hace en un diabético-... pensó.
Una voz repentina le hizo salir de su reflexión. El encargado de la estación informó por megafonía que el autobús tardaría en salir.
Una mujer con su hijo de corta edad tomaron asiento justo enfrente de él. Abrió su bolso y sacó un bocadillo envuelto en papel. El pequeño lo tomó entre sus manos y lo examinó con detenimiento para decirse por donde empezaría a devorarlo. -!Que te aproveche!- le dijo al niño mostrando este un aire vergonzoso.-¿Dónde van ustedes?- les preguntó. -A Córdoba- dijo la mujer.
Los recuerdos de la niñez le hicieron dar un nuevo salto en el tiempo. Sacó de su bolsillo la libreta que siempre llevaba y anotó:
" En las tardes calurosas, pesadas y asoladas de este pueblo, caminaba un hombre mayor por una calle bastante empinada. Daniel estaba sentado en el bordillo de la puerta de su casa con un bocadillo entre las manos y una gota de sudor en la frente. Observaba como se acercaba este hombre por la acera de enfrente con la mirada puesta en el suelo y sumido en sus pensamientos.
De repente, se oyó un rugido, un rugido como salido de ultratumba que a Daniel le produjo una especial admiración. Era un pedo que le llamó una atención muy especial y al protagonista, le hizo levantar la mirada del suelo y asegurarse de que nadie lo escuchó. Pero vio a Daniel riéndose tímidamente. El, con una mueca simpática le dijo: " -En esta calle hijo, hay ratones ten cuidado que no se coman el bocadillo-". Daniel hizo la misma mueca y de un salto entró en su casa.
Su madre estaba de limpieza y fregando la casa. Le regañó diciéndole:
- ¿!no te he dicho que te quedaras en la puerta para que no me pises!?.
- Ya lo sé pero hace mucha calor y no la aguanto.
- !Bueno pues no te muevas de ahí que ya mismo te baño!.!Tu quietecito!.
A Daniel no le gustaba mucho eso del baño. Sobre todo y lo que más odiaba, era cuando su madre le frotaba la cara con una manopla llena de un jabón tan oloroso y tan espumoso que lo dejaba sin respiración. Tampoco le gustaban mucho las alabanzas que su madre exclamaba acerca de su pito. De lo que si estaba seguro es que no era de "oro" y tampoco tan grande como una "olla"... de la cocina.
Eso sí, lo que realmente le gustaba del baño pasado el martirio, era jugar con la espuma hallando formas imaginarias o transformándose en un barco que cruzaba el mar de su bañera. Su madre lo dejaba un rato disfrutar del agua pero a la hora de sacarlo, el se oponía rotundamente alegando que el agua estaba aún caliente. -¿!Pero si estás tiritando y con los labios morados!? AY POR DIOS ESTE NIÑOOOO!!.
Ya vestido, de un salto volvía a la calle como alma que lleva el diablo. Era atardecer y siempre disfrutaba observando los tonos rojos y anaranjados de la puesta de sol. Para sus ojos aquel espectáculo nunca dejo de llamarle la atención.
Visitaba a su vecina Juana la cual nunca tuvo hijos y según su madre siempre la conoció así de vieja. A el no le agradaba mucho esta anciana. La visitaba no porque su madre lo mandara sino, porque después de soportar el alubión de piropos y de besos, le daba algo de dinero.
Con el carrillo rojo y lleno de cariño marchaba para el parque y se compraba chucherías que no compartía con nadie. Siempre decía que guardaba unas pocas para el día siguiente y si acaso, dejaba que algún amigo le diera una chupada al regaliz pero... no era corriente.
En el parque jugaba a todo lo que se terciaba y lo que más le gustaba era ser el capitán; algo que casi nunca pudo ejercer porque su amigo Gonzalito eras más dominante y más fuerte..."
Unos golpecitos en el hombro le devolvieron al presente. La madre del chiquillo con voz amable le dijo que se diera prisa sino quería perder el autobús.
Con prisa dejó en el asiento lo que tenía en las manos y tomó el paraguas. Nadie advirtió que dejaba parte de su niñez en aquel banco de estación...
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Ahora mi recuerdo se vuelve más reciente y no olvido a quién me animó por seguir escribiendo. A veces soy tan tonto que necesito un achuchón y con creces me lo están dando. Mi amigo Ángel hizo que casi con esas tres frases me animara a escribir una novela corta y, tanta gente que vino después como mi amigo Pepe y demás amigos conocidos y desconocidos como esa persona de Antequera que me visita todos los días.
Hace cosas de dos meses o más que no tengo mucho aliciente por escribir tan a menudo como quisiera...quizás sean los cambios de tiempo. Entro en el blog por curiosidad de ver quien me ha visitado ese día y me encanta saber que no se olvidan de mí.: GRACIAS.
Domingo... Buscador.
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