Hace un rato el amor de mi vida me dice que quiere una cita conmigo y hace un año que me divorcié. Ella dice que me ha esperado una eternidad y que no puede vivir sin mi. Es primero de agosto de un verano con record de temperatura y yo estoy esperando el bus para que me lleve al otro lado de la ciudad. Tomo asiento y espero en la parada. Pasa media hora con 40 grados a la sombra. Al lado de la parada hay una heladería. Me tomo una granizada de limón y pasada media hora, un helado de chocolate. El bus no aparece. Pasan por la parada el 5,el 6,el 10, el 8 pero el mío tarda y tarda.
No tengo teléfono y hace dos horas que estoy esperando. Pasan cinco horas y yo me mantengo a la espera y, llega la noche. La calle se hace vacía. Antes he comprado en la heladería una botella de dos litros de agua congelada y espero; espero todo lo que haga falta para volver a ver a mi amor.
Llega la madrugada y todo es silencio. Un vagabundo me pide un euro para tomarse una cerveza y una chica de la calle me hace proposiciones deshonestas de las que rechazo. Me quedo dormido soñando con mi amor que me espera ligera de ropa y carmín en los labios.
En el amanecer la ciudad cobra nueva vida. Justo enfrente de la parada hay un super. Me compro un café, unos dulces y vuelvo a la parada para ver si ya llega mi bus...
Pasan dos días. Una tormenta de verano deja 20 litros de agua en media hora, son las cuatro de la tarde y todos los autobuses urbanos desfilan delante de mi menos el que yo espero pero, sigo paciente; empapado hasta los huesos y sigue pasando el tiempo...
Pasan dos semanas y los vecinos del barrio ya me conocen. Alguna mujer me trae comida y otras me piden que le aguante el perro mientras compran en el supermercado. El tiempo pasa y pasa. Una vecina me deja el baño de su casa para afeitarme y hasta me presta ropa de su difunto marido mientras lava la mía pero yo sigo en la parada del bus siempre atento por si llega mi número...
El mes de diciembre es frío. Me prestan mantas, algunos vecinos me hacen compañía y hasta me regalan doce uvas para que el 31 de diciembre me las tome porque traen buena suerte...
El barbero de la esquina me hace un corte de pelo porque estoy que doy pena.
Me he hecho famoso en la ciudad pues ya llevo cuatro años en esta parada con el fin de tener una cita con mi amor. La radio local me hace un especial y la televisión me saca por las noticias de las tres. Mi hija ya sabe donde estoy y un día me visita para presentarme al que será su prometido. Los dos me visitan y me traen regalos. Me emociono al verla hecha toda una mujer después de tanto tiempo y el tiempo sigue pasando unos años mas.
El super se convierte en un banco y la heladería en un estanco. Hay vecinos que les tengo cariño después de tantos años aquí en la parada y otros por desgracia han fallecido.
Con 65 años mi gestor me visita para decirme que ha llegado el tiempo de mi jubilación; que tengo buena pensión para pasar el resto de mis días y...siguen pasando los años en esta parada esperando el bus que me lleva a mi amor.
Los años no perdonan. Vivir bajo el cielo del día y de la noche, hace que mi salud se resienta y ya tengo muchas goteras. El médico me visita en la parada de vez en cuando y la farmacéutica del barrio me trae mis medicamentos...
Siento que mi amor por Mercedes no mengua. La amo por encima de todo pero con 80 años aquí, en la parada del bus, a veces la vida se me hace interminable. Mi razón a veces no rige y se me olvida todo; hasta me pregunto por qué estoy en esta parada con un billete para el bus del año catapum...
Pasan dos años mas y Alejandro tiene la razón perdida. Cruza la calle sin reparar que el bus 11, el bus que tanto esperaba, lo atropella con pena de muerte.
La ciudad está consternada. El alcalde no se explica como puede suceder una desgracia tan grande y en su honor, justo en el mismo asiento de la parada, una estatua de Alejandro con un billete en la mano, marca la memoria de todo lo que pudo haber sido y no fue por la tardanza de un bus: El número 11.
Antes de morir, Manuela, la viuda del portal 14, le pregunta el por qué no se fue a su casa y el respondió en un momento de cordura: No tenía otra cosa que hacer.