El perfume a sangre inundaba su olfato hasta marearse. Todos los días ensayaba la muerte de su mujer decapitando animales de una manera u otra en el cobertizo antes de que llegara el día. Ella siempre lo increpaba, lo maltrataba, le echaba en cara una y otra vez haberlo sacado de la pobreza y no había sido capaz ni de darle un hijo. Cuando había visita lo ridiculizaba, cuando estaban solos lo trataba con ese asco a alguien donde la nada era el...
Cada mañana acudía al cobertizo para matar algún ave o mamífero y así ayudaba al sirviente. Examinaba dónde asestar el palo fatal en la cabeza o cómo atravesar el cuello hasta que se desangrara de forma rápida. La imaginaba a ella cuando estuviera de espaldas; atenta a cualquier cosa que no fuera el cuando un golpe o el cuello degollado, terminara con tantos años de suplicio.
Simón, el mayordomo, era su mejor amigo. Le confesó sus intenciones y juntos programaron el día del asesinato a cambio de dinero y bienes. Así pues todo estaba preparado para el acto y la desaparición del cuerpo; sería un lunes 14 a abril por la noche...
La señora acostumbraba a leer un rato antes de dormir frente a la chimenea y tomaba una tila antes de retirarse. Ya eran las 11 de la noche cuando con el sonido de la campanilla ordenaba que se la trajeran. Simón se la sirvió y se retiró cuando cedió el paso a su marido que con ojos inyectados en sangre llevaba en la mano una barra de acero. Entró en la sala y la alzó para descargarla con todas sus fuerzas sobre el cráneo de su mujer pero, ahora, quién había en el asiento era una maniquí vestida al mismo modo de su mujer...
La policía entró y lo arrestaron por intento de homicidio.
Ahora Simón lleva unos años casado con la señora y recibe un trato de pordiosero ridiculizándolo hasta extremos cuando solo piensa matarla...
1 comentario:
Muy bueno. El final inesperado. Un beso
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