Era nuevo en la ciudad. Por aquel entonces y como tanta gente de mi pueblo, nos vinimos a vivir a la gran ciudad; la desconocida ciudad tantas veces nombrada que por mi parte se convertía en algo para explorar...
Aquel fin de semana me aventuré a conocerla mas a fondo. Mi paseo me llevaba por calles desconocidas y la gente, muchos, se sorprendían de mi forma de vestir pues la verdad es que viéndome ahora pasado el tiempo en los años setenta, yo parecía que venía de la posguerra.
Hacía calor. Entré en una cafetería y pedí que me sirvieran un café. La gente me señalaba con su mirada pues a decir verdad, yo parecía un pastor como venido de otro tiempo. Pagué y salí de allí con esa impresión de saber que ocurre.
Quise perderme; llegar a sitios lejanos de la ciudad con esa curiosidad hambrienta de aventuras pues en mi vida había salido de mi aldea.
Tuve la idea de subirme en un bus de ciudad. De esa manera conocería calles, gentes, comercios, parques, lugares donde si me daba la gana detenerme para conocerlos mejor.
Tomé el número siete pues es mi numero favorito. Las calles desfilaban sin cesar y a cada esquina quise retener su nombre. Pasó media hora entre parada y parada. Propuse bajarme en la siguiente para seguir perdiéndome a pié y cuando me bajo del bus, me doy cuenta de que estoy en una parada que es el portal de mi nueva casa. Me rasco la cabeza, me rodeo y le digo al conductor que no me hace ni caso: Gracias pero no era preciso que me trajera a casa.
1 comentario:
ajajjaaj, ese final es de órdago jajajá.
Aventuras de un paleto en Madrid. Me gusto. Un abarzo.
Publicar un comentario