No se si odio a la gente o a su sonido mientras se comunican con palabras. Desde que comencé a trabajar no me gustaba mi trabajo ni atender a la gente. Había días que atendía a mas de cien personas; cada una con un problema, cada una con una voz diferente...Por las noches me costaba conciliar el sueño y sus voces se repetían y se repetían en mi cerebro anunciando la maldición del día siguiente...
Nací en el campo. Mis padres me pagaron unos estudios y me enviaron a Madrid. Allí, con la ilusión de haber cumplido sus sueños, comencé a trabajar en atención al cliente hasta que me he jubilado. Mi principal ocupación era escuchar y ayudar en esos problemas que muchas veces me angustiaban y por las noches me provocaban pesadillas. Evocaba mis días de campo con mi abuelo cuando me enseñaba cosas de los animales que son tan sabios como podemos serlo nosotros mismos o el rumor del río de mi aldea que me ayudaba a pensar cosas que aquí en la ciudad serían impensables. Ahora tengo 67 años. Mi aldea desapareció porque unos se fueron al extranjero y otros a la gran ciudad...
Sueño con el rumor de mi río en ver los barbos subir para desovar, el olor a queso que desprendía el chaquetón de mi padre o el olor a pan recién hecho de mi madre cuando me guardaba la mejor hogaza. Lloro cuando añoro a mis amigos camino de la escuela a cuatro kilómetros donde nos contábamos cosas que muchas veces eran fantasiosas y otras de hombres que conocen la necesidad...El trabajo del campo era duro y mis padres dieron su vida por mi y por mis hermanos buscando lo que nunca tuvieron.
Ahora ya estoy jubilado. Tengo buena pensión pero odio escuchar a la gente; la odio profundamente y no quiero escuchar nada de nadie porque no atiendo a nadie. Mi vida de atención al cliente en una oficina colmó a mis padres de felicidad y puedo jurar que por ellos he aguantado todos estos años. No me he casado pero me he enamorado alguna vez de chicas que al final no congenié. Mis hermanos mayores ya murieron. Las tierras la vendimos con la casa que quedó abandonada porque no había quien la quisiera...
Camino por la ciudad con unos auriculares que compré en una ferretería para aislarme del mundo. No atiendo a nada ni a nadie y cuando me voy a dormir, dejo en mi baño que salga del grifo un hilo de agua que me da vida con su sonido y entonces, sueño con el río de mi pueblo...
2 comentarios:
Una realidad que no creas que hay gente de esa misma edad que evoca aquellos años en el pueblo donde era otro ritmo de vida.
Y hay una cosa que coincido en este texto que nos dejas.
El sonido de las voces , hay algunas estridentes que molestan y otras te embriagan. Es tan importante el sonido de una voz , que de ella te puedes enamorar.
Un abrazo.
Un relato muy hermoso y realista. Un beso
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