miércoles, 17 de octubre de 2018

Eutanasia




El invierno llegaba promiscuo este año. Los huesos dolían anunciando el cambio de tiempo y la soledad le llevaría hasta la primavera...Alguien le dijo que a su edad debería dejar el pueblo e irse a una residencia de ancianos porque durante el invierno estaría solo, mas solo que la una. Pero la forma de vivir la elegía el y nadie más. Tenía a sus cabras María y Aurora, a su perro Sultan y a su burrita Irene. La soledad le invitaba a profundizar en su corazón enseñándole remedios para cualquier mal del espíritu y sí, para sentirse un hijo más de la naturaleza.

Los copos de nieve se derretían en su cara cuando miraba al cielo pero ya estaba provisto de comida y de bebida, de leña y un transistor de radio que lo mantenía de alguna manera en contacto con el mundo. Isaías (que así se llamaba) era el útimo habitante de su pueblo perdido en el pirineo pues con profunda madurez, eligió su vida hasta el final porque aquello era que lo unía a la tierra y entrar en una residencia de ancianos, era algo que no le convencía...

El frío era intenso hasta calar en los huesos y el viento del norte llegaba para helar el aliento si salía de su casa. Los animales estaban atendidos y el transistor de radio anunciaba una ola polar como no se conocía.

Llevaba un tiempo con dolencias. Un dolor aparecía cada vez con más frecuencia hasta que una mañana, orinó sangre. Aquello le preocupaba y nunca jamás estuvo enfermo que no fuera algún resfriado o el dolor de huesos herencia de su madre. Tenía fiebre y de pronto le entraba mucho calor como que los escalofríos le recorrían el cuerpo. El final ya llegaba, lo sabía. Un bulto en la ingle se hacía prominente orinaba mas y mas sangre. Estaba rodeado de nieve y su perro Sultan no lo dejaba ni un momento como si fuera sabio de lo que vendría...

A veces se levantaba al recuperar fuerzas. Daba de comer a los animales pero por su mente y según lo que creía, aquello era un cancer que lo carcomía como la termita a la madera...A veces perdía el sentido y procuraba comer y beber agua para su boca sedienta hasta tomar una determinación para no volver atrás.

Dejó libres a todos sus animales. Se bebió alguna botella de vino para emborracharse llorando su triste y duro final. Tenía bultos en el cuello, en las piernas, en el vientre y en un intento de recuperar fuerzas, colgó una cuerda en la viga en el cobertizo y se ahorcó...

Con las primeras luces de la primavera, Alfonso, el cartero rural, fué a visitarlo para jugar su partida de ajedrez. Cuando vió el cadaver, sólo asomaban los huesos comido por los buitres y los cuervos. A pocos metros, su perro es quelético, Sultan, también estaba comido porque jamás lo abandonó...






6 comentarios:

Susana dijo...

Qué pena y que entrañable el perro. Un beso

Albada Dos dijo...

La fidelidad a uno mismo y el precio que se ha de pagar. Un texto en el que la viga y el final elegido no son signos de cobardía, sino de coherencia.

Me encantaron el perro y el cartero, como signos de permanencia y fidelidad en hombre y animal. Un duro y detallista texto sobre la soledad tan fría en el frío invierno de la vejez. Un abrazo

Gladys dijo...

Un relato con un final triste, pero muy bien contado, triste para los que lo supieron pero seguro el fue feliz murió en su lugar preferido, con sus animales y la naturaleza,el peor error es sacar a las personas de su territorio, y enjaularlos en una residencia de ancianos. Un abrazo

Amapola Azzul dijo...

Es triste que la mayor compañía del anciano fuera no humana, un relato enternecedor no obstante, a mi me gustan los animales.

Besos.

Precious dijo...

Muy triste tu relato , los animales como son
a veces con mas sentimiento que una persona

Por cierto me salta como un virus , algo asi al abrir el blog .
No se si a alguien le pasa .

Un beso y feliz fin de semana

Meulen dijo...

Abruma la vida...
En la vejez muchas veces es el desprecio lo que acompaña