Amanece y no quiero abrir los ojos. Los gorriones dan la alarma del nuevo día; justo cuando su canto se mezcla con los sueños ya tardíos. Los pies están fríos y el silencio ya no es sepulcral. Parece que la luz lleva sonido y que la razón de estar despierto, se perfuma con palabras. Amanezco en otro día envuelto en la nada como si fuera un regalo de mi cama. El viento mueve las persianas, el grifo de aseo gotea insistentemente a cada segundo y cuento gota tras gota al compas de mi corazón. Hace nada la paz vino en un sueño surrealista; de esos que le cuentas a un amigo y te pide cita para el psiquiatra pero, maravilloso mientras lo vivía en sueños. Hoy no tengo nada qué hacer cuando me levante salvo ir a orinar. La oscuridad de mis ojos se vuelve de un rojo intenso cuando los alcanza un rayo de sol. Pasado un rato se escucha mi vecino, a los coches, a las voces lejanas y se retiran mis sueños para descansar mientras dure el día. Abro los ojos que se van directos al despertador: Las 8:30. Mis brazos y mis piernas cobran fuerza y crujen en un estiramiento. Salgo de la cama. Pasados unos instantes mis pasos enfilan el pasillo. No recuerdo ni un ápice sobre lo que soñé; siempre me pasa. Las visceras se mueven, me tiro dos pedos como si fueran dos salvas y, comienza un nuevo día...