Quizá fuera el ánimo pasajero de una tarde de otoño. El caso es que ella caminaba casi ausente; cansada también de soledades y sueños. Aquel día el parque de Colón se perfumaba a tierra mojada y las palomas, los gorriones y perros no reparaban en ella ni ella en ellos. El exceso de ropa la hacía sudar y el aliento con la mascarilla le empañaba las gafas. Ya estaba cansada de todo. El carrito pesaba y sus pasos casi se arrastraban barriendo hojas caidas...La noche no la pasó bién. Sólo durmió cuando llegaba el amanecer hasta que los pies de un portero la despertaron para echarla. No tenía ganas de nada. Una pierna y un brazo hacia días que estaban dormidos. Hasta la boca la llevaba ladeada y a nadie le importaba un bledo. Tomó asiento en el mismo banco de todos los días. Buscó migas de pan en el carrito. Se agachó para darselas a la palomas y al levantar la cabecita, se sintió volar en realidad llevada de una mano poderosa. Su cuerpo cayó al suelo. Alguien se detenía porque sabía que le pasaba algo pero su alma ya estaba en paz. Tenía todas sus facultades. Aquella voz le pidió si quería irse con el o regresarla al banco y ella se abrazó a Dios pidiendole que la llevara con EL...Aquel día era el 1 de noviembre.