Las noches de primavera son especiales. La sangre circula como si fuera la savia de la nueva vida y el corazón con sus latidos a veces se acelera por causas de mi otro corazón...Esta noche los naranjos en flor perfuman Córdoba y las calles pronto estarán desiertas. Un asomo de intuición me hace imaginar cosas sobre qué estás haciendo en estos momentos y suspiro hondo; lleno mis pulmones y me pierdo en mis adentros soñando cosas imposibles. La magia fantasea con la realidad y tu recuerdo se convierte en un monólogo de palabras. Te hablo desde mis adentros como quién espera una respuesta que nunca llega y tú te deslizaras por este monólogo quizá con una sonrisa en la distancia...Te echo de menos en el mes de abril. Los sueños pasan factura si no se cumplen. Escribirte me llevará allá donde estés con un regalo que nace en flor de fragancia no perecedera. Dentro de dos minutos volveré a lo cotidiano, pensaré en lo que te he escrito, corregiré alguna palabra y me iré a dormir...
Recordaba aquel dicho que pasaba de boca en boca y que nadie escribió
jamás. Pasaban los años y las generaciones, llegaban los últimos años de
su vejez tal y como zapatos viejos gastados que se resisten a no ser
usados más. La casa era un amasijo de recuerdos colgados en las paredes y
de adornos en algún mueble. El paso del tiempo era reflejo de infinitos
momentos impresos en fotografías; recuerdos de un tiempo que marcaba
una fecha casi olvidada cargados de rostros con sonrisas provocadas
para decir que de alguna manera en aquel momento se era feliz. La
soledad se adornaba de recuerdos lejanos y olvidos de lo que se hizo
hacía unas horas. Parecía como si todo lo vivido resultara no tener el
don de la perpetuidad, que la vida fuera una película hecha a medida con
un final imprevisible. El miedo a la muerte se traducía en continuas
visitas al médico por temor a contraer lo incurable y el médico le decía
que se cambiaba por el. Las horas pasaban sin saber que hacer. Salía
mil veces a la puerta de la calle para encontrar a alguien a quién
saludar pero al parecer, aquellos rostros de su calle pertenecían a
desconocidos, gente y más gente como venidos de otros sitios. A veces le
preguntaba a María su edad y su hija se enfadaba por ser la quinta vez
en el día que se la hacía. Comprendía lo limitadas que tenia sus
facultades y ponía toda su voluntad en superarlas pero aquel dicho
viajaba por el tiempo como algo perdurable. Decía..." La vida guarda el
espíritu de lo inmortal y cada persona nace con la capacidad de sentir.
Quizás, lo más bello de todo sea lo irrepetible del espíritu humano
y...la memoria de saber que se ha vivido". De un tiempo lejano vino el
recuerdo de su madre que cuando lo tenía en brazos le susurraba al oído
lo que ahora era el espíritu de su recuerdo. Recordar los primeros años
de vida en la madurez, era volver a sentir la vida desde la inocencia.
Con los brazos en cruz se divisaba el espantapájaros en lontananza. Llegaban los días de primavera; cuando las aves fabrican sus nidos y los campos están verdes en flor. El muñeco, clavado sobre una estaca, tenía por cabeza una calabaza. A veces con los vientos del sur su cuerpo se balanceaba como un borracho y las noches de tormenta, negras historias le contaba su abuelo cuando las sombras dan vida a lo inerte...Cada noche, ruidos tenebrosos no la dejaban dormir. Las persianas de las ventanas parecían llamar al vidrio y los relámpagos daban vida al espantapájaros que se acercaba al cortijo para merendarse a un niño. Natalia escondía su cabecita entre las mantas mientras afinaba el oido como guardián de la noche mas ninguna noche sucedía nada de nada.
Con tres años tedría que ir a la escuela al llegar el otoño. Su imaginación era manantial inagotable sobre qué sucederá cuando la dejen sola entre desconocidos. Apenas se alejaba de la casa y adentrarse por los sembrados no era buena idea pues allí estaba el espantapájaros para comerse a los niños.
Llegó el verano. Los días pasaban y pasaban llenos de luz. El horizonte se incendiaba cuando caía el atardecer pero aquel muñeco con los brazos en cruz hacía parecer que la llamaba por su nombre en su silencio...El otoño ya se acercaba. La cartera se la compró su abuela Carmen y su madre le contaba historias de cuando tenía su edad para ir a la escuela caminando casi al amanecer. Pero Natalia le tenía miedo a todo. No quería abandonar el cortijo, ni siquiera marchar lejos de su casa cuando recordaba las historias del abuelo.
Finales de septiembre venía con olor a tierra mojada. Se acercaban las lluvias y la escuela, los días eran más cortos, los miedos acechaban más cercanos con la fantasía de una niña llena de historias que mezclaba sueños...
Volvía a soplar el viento del sur, volvían las persianas a llamar en las ventanas y los perros ladrar en la oscuridad pero, quiso vencer sus miedos. Su madre regañó al abuelo por asustarla; le dijo que ella era una niña valiente y que si alimentaba los miedos, estos la llenarían de angustia. Cerró los ojos debajo de la sábana como siempre y se quedó dormida pero esta vez, los sueños no vinieron con miedos. El valor de su corazón ahuyentó las pesadillas hasta coger el toro por los cuernos y desperto con el valor que creía no tener.
Todos dormían, la Luna iluminaba los campos y ya no tenía miedo. Se adentró en el campo cultivado, el miedo quiso retenerla pero mayor era su determinación hasta que llegó al espantapájaros donde pudo ver que tan sólo era un muñeco. De una patada lo derribó y aquella noche, con el cielo estrellado, algo valeroso se instaló en su corazón mucho más profundo que el silencio.
Hoy, como cada día de nuestra vida, representa en nuestro corazón un episodio más donde pensamos, vivimos y recordamos. Hemos sido testigos en primera persona de todo aquello de lo que el hombre es capaz de hacer así como también destruir. Muchas veces no podemos elegir, otras tantas nos equivocamos, otras somos pasto del destino y otras pocas tomamos nosotros las riendas del camino...En el pensamiento cotidiano, existen verdades y mentiras donde muchas veces, están disfrazadas. Buscamos la verdad ansiada pero la mayoría de las veces aprendemos a pequeños pasos donde suceden los hechos. Por supuesto que tenemos momentos lúcidos o momentos donde es fácil que nos metan un gol. Pero, ¿qué sucede cuando descubrimos las maravillas de nuestro corazón?; la riqueza de la verdad, la sabiduría y la fuente de la felicidad; cuando el amor no se extingue y una explicación simple resuelve un galimatías...La realidad, nuestra realidad, es algo que tiene el sabor de nuestro corazón más allá de los sueños porque soñar no es fantasear cuando se sueña de verdad. La riqueza del espíritu es infinita pues el conocimiento así lo es...
Estoy en el ecuador de mi vida. Sucesos maravillosos y otros no tanto me han tocado vivir. He escrito un libro, he plantado un árbol y no he sido padre. El dolor se me mostró en estado puro donde caía por un precipicio en el que mi vida estaba en juego. Siempre he sido un buscador nato mas que nada, por necesidad y hambre de conocimiento. En estos momentos siento mi felicidad brotar de lo profundo como algo que me llama de nuevo a su origen...y estoy casi en paz.
El Viernes Santo significa mucho para mi. No soy aficionado a ver el dolor de Cristo pero sí de su alegría cuando me habló; del hermoso infinito que es la sabiduría, de la calma que me dá el conocer esa estancia de mi corazón y principio de mi alma. El lenguaje del silencio impera sobre la palabra y yo, pobre de mí, aún soy un buscador que abre su mano a lo que sabe...