Cuarenta y tres años a sus espaldas. Sentirse una vieja cuya vida ha pasado sin dejar su fruto.
El frío de la calle, los hombres que pasaban por su lado sin mirarla, el amanecer de la mañana...Todo era soledad en la avenida más poblada de la ciudad.
Caminaba ausente, con una tristeza en la que su corazón le decía lo rota que estaba. El rencor, salía de su escondrijo por no tener lo que merecía; aumentaba la frustración de no sentirse nunca amada.
Los rayos del sol daban en su rostro... la alentaban en una vaga ilusión por la incipiente primavera. Sus sueños siempre eran románticos en aquellas fechas, le hacían huir por momentos de la amargura de no ser querida; sumergiéndose en la fantasía y descargando su deseo en infinidad de historias inconfesables.
Detuvo su marcha en el paso de cebra que siempre cruzaba para ir al trabajo. Los coches pasaban veloces. Un autobús urbano devolvió a sus ojos el reflejo de las ventanillas: La imagen estremecida de una mujer llena de soledad y tristeza. Fue un momento que duro lo suficiente como para que su mente estallara sin apenas variar la expresión de su rostro.
Dio un paso en falso hacia delante con la intención de lanzarse al asfalto y ser atropellada. Las lágrimas afloraron a sus ojos dejando escapar por la boca el llanto de una mujer deshecha. Sus piernas apenas la sostenían. Se dejo caer de rodillas sobre la acera, sin que nadie se atreviera o se molestara en acercarse a ella.
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