Corría la calle abajo con los bracitos abiertos; cortando el viento con los dedos extendidos y el pelo tan libre como su corazón infantil. El mundo interior era descubrir y experimentar. Sus ojos eran la ventana por donde desfilaban los héroes del cine, la televisión y la novedad de descubrir el mundo. Todo daba la impresión de ser nuevo para el. El cielo se llenaba de rayas blancas como hilos de carretera en el aire...algo que le hacia soñar...aviones que se fumaban el cielo a bocanadas de humo blanco y ruido lejano. Según su madre el cielo era reflejo del mar; espejo de una inmensidad manchada por los aviones con gente mirando desde las ventanillas y señalando con el dedo Dios sabe que lugares. Aquella lejanía se hacía constante en su imaginación y poder volar, era un deseo habitual en sus sueños de mayor.
Ahora le tocaba ser protagonista y sentirse ligero...ahora volaba de verdad. Las nubes eran algodones y montañas esponjosas modeladas por el viento; viajeras lejanas que cruzaban no se sabía cuantos países. Su amiga María le contaba tantas cosas y sensaciones cuando volaba que hasta ella volvía a ser niña. El sol picaba en la piel, la gente eran desconocidos con miles de historias que se juntaban en una fila de asientos y las alturas, no estaban hechas para el. Momentos antes su peso era el de un mortal pero cuando el avión ganaba altura y subía más rápido que los gorriones, sintió que era poca cosa en este mundo. El estómago tenía mariposas que le hacían cosquillas mientras pensaba que algún niño desde algún lugar, lo miraría como un punto más que marcaba una línea en el cielo...
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