Recrearse en la imaginación tiene para en mi un punto especial de magia. Recuerdo una de mis primeras cintas de jazz donde ponía una historia a cada tema tan plagado de imágenes que, corrían por mi mente como si formaran un cortometraje hecho a medida. A veces, los recuerdos se dan un baño de frescura y aquello que viví, vuelve a nacer por guardar ese sentimiento restaurador de cosas viejas. Ahora, con mis cientos de CDs de sonido digital, aun rescato esas primeras grabaciones que tanto me hacían soñar. En un momento, más que verme, me siento y me cuento cosas que me hacen vivir en primera persona como si volver a esos tiempos, mi vida interior forjara una riqueza duradera e inolvidable...
Encontrarse en la soledad y darse ese baño de todo lo que somos y fuimos es algo tan recomendable como sano. Mucha gente dice que se siente fea, que no se gusta por tener un corazón herido de gravedad y me resulta imposible creer en la pérdida absoluta de todas esas cosas que son tan importantes. A mis años tengo el defecto de no poder calcular el valor y la importancia que tiene todo esto y si por alguna circunstancia mi vida cambiara por algo más práctico y lucrativo. En muchos aspectos me considero un memo por tener esa ignorancia matemática y ese desprecio por todo aquello que no llena el corazón y por más vueltas que le doy al asunto, es como si una parte material de mí no despertara de una larga hibernación.
Si cerrara ahora mismo los ojos, un aluvión de imágenes plagarían mi mente como hace la imaginación con un niño pequeño. Si cerraras los ojos y te disfrutaras de esa misma manera, Telecinco cambiaría su programación...
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