martes, 4 de septiembre de 2012
El Nazi
Thomas suspiró al sentarse en una piedra que quedaba a la sombra de la acacia. Ya con sus años, había visto muchas atrocidades, muertes, victimas a manos de la injusticia y tantas cosas que removían su conciencia … En ese árbol solitario, se escondía a veces para derramar todas las lagrimas que tenía pendientes. Los años ciegos de poder le pesaban como una losa y ya, con los arrepentimientos cumplidos, tan solo esperaba su muerte. Tenía recuerdos que le martirizaban constantemente y que arrancaba desde algún momento de su vida, justo al tomar la decisión de servir a la Gestapo. Contínuamente alguien lo perseguía implacablemente y se sentía constantemente observado. Confesaba a su médico que alguien lo quería asesinar con torturas pues poseía documentos secretos del alto estado. Con frecuencia, padecía estados de pánico por las noches y vomitaba a escondidas porque aun recordaba el sabor de la carne humana que algún día comió.
Llevaba 30 años ingresado en aquel sanatorio. Era un sitio agradable a las afueras de Berlín. Aparentemente la soledad y el silencio eran saludables pues los internos salvo raras excepciones, eran gente pacífica. La vida se hacía tediosa y ausente de novedades. Su compañero de cuarto, Rudolf, se pasaba horas interminables frente al gran ventanal; ausente y muy lejano con lejana mirada. Agnes, una miliciana de 70 años y prostituta desde los 15, se desnudaba con tremendas carcajadas mostrando su sexo e hiriéndose para llamar la atención. A parte de ella, todo era quietud y silencio.
Tras años interno por fin un buen dia pudo ser escuchado por alguien que no le recetaba ni le ordenaba que tenía que hacer. Al otro lado de la residencia, habitaba un hombre pastor de unos 65 años de edad. A veces lo saludaba en los días soleados pues le daban permiso para pasear por el jardín. En la pendiente, pacían sus cabras; manchas blancas rondaban sobre esa hierba verde y sol brillante de verano, donde Thomas subía cada mañana para contemplarlas. Todo aquello le daba la vida misma. Aquel pastor era americano y vivía en Alemania por contraer matrimonio con una chica de Dusseldorf .
Thomas soltaba de vez en cuando soltaba alguna risita y otras en cambio se echaba a llorar sin olvidar que en ese mismo árbol había perdido a su hija aquella mañana lejana donde entro en una profunda soledad…
-Buenos días me llamo Joe Sanders y soy americano, de Chicago.
- Hola! Me llamo Thomas y mi apellido lo he olvidado.
A propósito, tiene usted buen ganado. De pequeño me gustaba mucho el campo.
- Encantado Thomas. Llevo años observándolo siempre solo ¿que le ocurre amigo?
( Thomas mira a un lado y a otro y con el dedo en los labios dice que no hable en alto, que lo vigilan.)
- Le voy a confesar algo. Antes de estar aquí yo era Nazi al servicio del Fhurer, en 1942
- No puede ser Thomas. Estamos en el 2054, para entonces usted aún no había nacido.
Susana y Buscador
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