Pepe Ramírez
Todos
los años escribo un cuento de navidad para felicitar a mis amigos y
familiares. Este año he estado un poco ocupado y ahora que me pongo
a escribir no estoy inspirado. Así es que tiraré de mi mochila. La
registro, meto la mano hasta el fondo y encuentro muchos pequeños
cofres. Saco uno al azar. Es un recuerdo.
Un hombre con gafas de
pasta, redondas, con cristales que le agrandaban los ojos, recogió
algo de comida, la envolvió con cuidado y nos pidió a mi hermano y
a mí que nos vistiéramos, que íbamos salir. Era mi padre.
Habíamos cenado, era de noche y hacía frío. Mi madre, que tenía
la voz más dulce que yo haya conocido, le dijo que hacía mucho
frío, que fuera solo, pero él insistió. “Los abrigamos”, dijo.
Deseo que en tu mochila tengas la voz de tu madre y que sea tan dulce
como la de la mía. Espero que a tu padre se le ocurriera salir una
noche de navidad a la calle con comida y te llevara. Él no tendría
más de treinta y ocho o cuarenta años. Yo no tendría más de
cinco. Mi hermano no tendría más de siete. La hermana que me sigue
sería muy pequeña. La siguiente no había nacido todavía y para mí
todavía sigue siendo pequeña.
En la misma calle, en la
otra acera, haciendo esquina, había una cárcel, un presidio
(nosotros los niños lo llamábamos el presillo), una
habitación pequeña con una ventana con rejas, sin cristales, ni
postigos para cerrarla al frío de la navidad.
“Hola, amigo”, le
dijo mi padre, “aquí le traigo algo de comida. Hace mucho frío.
Ahora le traeré un caldito caliente y algo para que se abrigue”.
“Échelo en un lata”,
dijo el hombre. Yo pensé que era un hombre malo. Tenía una voz
ronca de fumador y bebedor y de estar resfriado. “Así me servirá
luego para mear. No me gusta mearme en el suelo”. La lata debería
ser estrecha para pasar entre las rejas pero es seguro que mi padre
encontraría una. Él siempre lo resolvía todo.
En
el presillo no había luz. Me lo tuve que imaginar por la voz
y por el empeño que tenía en que sería un hombre malo. Estaría
sucio, con ropa vieja grande o pequeña pero no de su talla y tendría
una cara amenazante que daría miedo y nunca reiría. Si los
pantalones le quedaban cortos se les vería unas piernas de caña,
sin calcetines, y unas botas viejas sin cordones. Cuando volvíamos
se lo pregunté a mi padre. “Papá, ¿es un hombre malo?”. Mi
padre que tardaba en responder, que pensaba las respuestas, que le
gustaba el silencio tanto o más que la palabra dijo: “No. Es un
hombre pobre”. Nosotros también éramos pobres pero yo no lo
sabía.
Ahora, algunos días la vida me coge de las solapas, me da dos
bofetadas, me roba todo, me convierte en pobre y me mete en el
presillo. La puerta está desvencijada y puedo abrirla. Cojo
mi mochila y salgo. En mi mochila tengo más cofres. Este ha salido
al azar y para mí es de oro. Tengo muchos más. Por eso ahora no soy
pobre. Nadie puede robarme mi mochila.
Te
deseo de todo corazón una Feliz Navidad y que tengas una buena
mochila.
7 comentarios:
Qué bonito. Feliz Navidad. Un beso.
PRECIOSO. FELIZ NAVIDAD POETA.
Me hiciste llorar de buena mañana...Si te cojo te meto en el "Presillo" Un abrazo como un piano de cola.
Muy beno y con ese pico de humor y también melancolía.
Cosa que nos pasa a las personas sensibles.
Un abrazo y feliz Navidad, amigo.
Con unos padres así no me extraña tu empatía. Una preciosa forma de felicitar. Un abrazo.
Claro que tienes un tesoro que nadie te puede robar y menos con las enseñanzas de un padre lleno de caridad con los pobres.Son ejemplos a seguir que quedan ahí para siempre.Benditas enseñanzas!!.
Yo me siento orgullosa de haber nacido en una familia también numerosa y con unos padres tan "grandes",tan ricos en ese don.
Besucos
Gó
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.....(=';'=) / /
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[ SALUDOS!!! ]
[____AMIGO_____]
.....(,,)(,,)
Cuanta enseñanza nos legaron los padres
que solo de adultos podemos bien comprender...
y lo digo con certezas...hoy que camino a mi casa
llore por la soledad de los hijos y entendí una vez mas
el legado que nos entregó mi madre
pero que al fin son nuestras propias decisiones
las que nos hacen forjar nuestra vida...
gracias
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